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Santiago Uranga (38) y Juan Manuel Rizzatti (24) unieron Rosario con Alaska en un Fiat 600, modelo 64. En la mañana del martes dialogamos con Santiago que se encuentra en Rosario ahora, mientras que el Fiat 600 quedó en Miami, guardado en el patio de un hernandense que reside allí hace muchos años; Daniel Medina. Este viaje no sólo es un gusto que pueden darse estos 2 argentinos, sino que tuvo como objetivo despertar conciencia sobre el medio ambiente y promover la forestación, ya que han ido plantando arboles durante todo el trayecto. Recorrieron en total 62 mil kilómetros pasando noches durmiendo donde el destino los sorprendió, conociendo mucha gente y haciendo nuevos amigos.

AUDIO NOTA:

[audio:http://www.radiofm2000.com.ar/audio/NOTAFIAT600.mp3]

(TODAS LAS FOTOS en el Facebook: Argentina Alaska en Fiat 600)

 

La primera escala del viaje fue Chaco, donde además de realizarle una revisión técnica al auto, cargaron semillas de múltiples especies que luego fueron arrojando a lo largo del trayecto. Asimismo, Uranga señaló: «Cada rincón de la tierra donde sembramos las semillas, está detallado en un GPS (ubicación posicional)».

Luego de visitar la provincia de Jujuy, el Fitito (patente VLA 019) puso proa al Paso de Jama (Chile), que resultó ser el trayecto más dificultoso del viaje para el vehículo. «Cada 500 metros debíamos frenar porque el Fito se nos apunaba. Probamos de todo, hasta poner una cebolla en el filtro de aire, pero no dio resultados. Eso no es todo, el camino era tan empinado que teníamos que poner una piedra detrás de la rueda delantera hasta poner en marcha el auto y arrancar. Tardamos más de cinco días en cruzar Los Andes, donde nos recibió la soledad del desierto de Atacama», relató Uranga.

Continuaron su rumbo por la costa del océano Pacífico, afrontando los numerosos obstáculos que se les iban presentando. «A pesar de las dificultades, este proyecto se hizo posible gracias al auto. Ni bien nos veían llegar en La Brasita (así bautizaron al Fitito), las personas buscaban la manera de colaborar y a su vez, de formar parte de nuestro sueño», enfatizó el más joven del equipo.

Mateando con ídolos. A la travesía no le faltó nada: conocieron a su ídolo Manu Ginóbili, compartieron mates con el reconocido polista Adolfo Cambiaso, despertaron deseos de viajar en muchas personas, acompañaron a una escuela en la experiencia de plantar árboles, corrieron un rally de autos clásicos en Miami, y hasta pasaron noches en vela por temor a que se los coman los osos del bosque.

Como si esto fuera poco, al llegar a Honduras, un coleccionista de autos que siempre fantaseó con viajar, se vio identificado con los jóvenes y los hospedó en su hogar por unas semanas. A esto se le sumó la solidaridad de una funcionaria guatemalteca, que al conocer que eran argentinos los invitó a vivir unos días de glamour en un hotel de lujo. «Yo creo que Dios viajaba junto a nosotros en el Fito», comentó Uranga.

Los momentos de escasez tampoco faltaron: «Cuando llegamos a Colombia caímos en la cuenta de que se nos estaban agotando los recursos económicos, por lo que comenzamos a desplegar múltiples destrezas. Además de tocar la guitarra para conseguir unas monedas, hicimos calcomanías y remeras a cambio de donaciones. También fue allí donde entramos en contacto con Leiva Autopartes, la marca que nos sponsoreó el viaje», expresó Uranga.

«Costa Rica fue uno de los países que más me movilizó. Sus hermosos paisajes y sus habitantes, los ticos, nos dejaron múltiples enseñanzas y nos hicieron sentir como en casa», subrayó Rizzatti.

Continuaron tallando caminos hasta llegar a la meta. «Si bien nos alegró concretar nuestro ambicioso proyecto y cumplir con el compromiso que teníamos con el público que nos venía siguiendo, el cartel de «Bienvenido a Alaska» no nos modificó de sobremanera. Lo más atractivo de aquel viaje fue disfrutar del camino y dejarse llevar por el azar», concluyó Rizzatti, apasionado.

«Después de pasar unos días en Alaska, nos dispusimos a iniciar el regreso. Descendimos hacia Canadá, donde mi compañero decidió quedarse junto a otros amigos que conocimos durante el recorrido. A partir de allí me aventuré junto a La Brasita hacia Miami y me tomé un avión de vuelta a casa. Siento que nací para vivir del asombro», añoró el intrépido viajero.