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18/03/2008 – Hoy la localidad vecina de LAS PERDICES se encuentra de festejo, hoy 18 de marzo de 2008 está cumpliendo 121 años. Fué un 18 de marzo del año 1887 cuando se fundaba esta localidad. A continuación le contamos su historia…

La historia de Las Perdices, comenzó mucho antes de 1887. Cuando en los despachos del gobernador Olmos se firmó el decreto de fundación de esta colonia, existían familias que vivían desperdigadas en campos vecinos desde hacía varias generaciones, su sangre había enriquecido el suelo, con dolor y sufrimientos. Conocían como nadie cada rincón del monte cercano de la basta llanura. Era de ellos el viento, el cielo amplio y la patria, que se apretujaba orgullosa en el corazón. Habían sido víctimas de malones, de injusticias y tenían curtida el alma de tanto desamparo. Ellos fueron los pioneros. No se debe olvidar, no se puede ignorar. Sus genealogías se remontan por lo menos a 1777 cuando comenzaron los primeros registros parroquiales en la entonces Capilla Rodríguez (hoy Villa Ascasubi). Además muchos de ellos venían heredando propiedades desde comienzos del siglo XVII, y a otros ya les cabía el derecho treinteñal.
Hay testamentos, cartas y de los más diversos documentos que van armando un gran rompecabezas con delicadas piezas, sutiles, apenas perceptibles entre la gran maraña de papeles amarillentos, que van formando una clara visión de la vida colonial de la zona y de sus protagonistas con nombres y apellidos. Pero antes, los dueños de todas las tierras habían sido los indígenas, y su presencia hasta fines del siglo XVII, fue un impedimento para que vinieran los primeros colonizadores. Sacarlos del olvido es un gran desafío. La historia se muestra pródiga y aunque no comenzó precisamente en el paraje llamado antiguamente: “de las Perdices”, aquí llegaron con sus tradiciones, altivos gauchos, desde cercanías de Punta del Agua, Hernando Pujio y Choe, Pampayasta, Yucat, Capilla Rodríguez, de las estancias de Las Peñas, La Isleta, Chilo, San Javier, Los Dos Árboles, El Tambito y, La Paja. Toda una gran zona que dio lo mejor de su sangre y su raigambre que aún perdura acunada por sus descendientes. No se los debe relegar aunque sus nombres no figuren como propietarios de la Colonia. Poco importan los títulos cuando hasta entonces eran dueños de toda la pampa y su mayor posesión hasta no hacía mucho era el ganado que vuelta a vuelta se los arriaban los malones o los cuatreros. Tampoco reclamaban tierras que les eran suyas por el beneficio de la Ley, simplemente porque lo ignoraban,… ¿de qué manera saberlo? Si habían sido aislados de centros civilizados y su única escuela era el campo. Solo podrá corroborarse su presencia en los mapas catastrales como puestos de las estancias, o asentados en tierras fiscales. Son útiles también registros parroquiales y cartas de patrones que los mencionaban como peones, capataces, etc. En los empadronamientos muchos figuraban como “pardos” y en otros documentos se les omitía el “don”, como si el valor humano dependiera del linaje o del color de la piel. Poco extranjeros se encuentran en la zona anterior a la fecha de la creación de la colonia, pero a partir del momento de la venta de los lotes, llegaron los nuevos habitantes con todo su legado cultural. Se multiplicaron en los campos, cambiando para siempre el paisaje y la idiosincrasia no solo de la zona sino del país. Trabajadores incansables, que habían conocido el hambre en Europa, roturaron la tierra virgen prácticamente con sus manos, tal era su miseria que muchos a sus primeras moradas las cavaron en el suelo y apenas sobresaliendo del suelo las techaron con lo que pudieron. Cuantas lágrimas derramaron esas gringas por padres que no verían nunca más, por lo salvaje e interminable de esas por todas las diferencias que les pesaban como cruces. A la par de tanto sufrimiento germinó la primera semilla, luego se acrecentaron cosechas y cuando la holgura se los permitió llamaron a los lugareños a trabajar con ellos. Allí comenzó la mixtura. Aprendieron el idioma, las costumbres locales. Con los años se podía ver señoritas muy rubias tomando mate o bailando un gato y aunque no fuera bien visto hasta se casaron con criollos, que las cautivaron con su gallarda figura y lo delicado de sus modales. También más de un peón terminó hablando piamontés y usando el arado como el mejor de los italianos.
El primer asombro ante costumbres tan diferentes fue pasando y lentamente las dos culturas se fueron uniendo perdiendo prejuicios y formando orgullosamente esta patria chica que lleva el nombre: Las Perdices. Tampoco hay que olvidar que la mayoría de los primeros habitantes se asentaron en lo que hoy se conoce como Barrio Argentino (dando por ello origen al nombre del Barrio: “Argentino”).
Recuperar la historia para la elaboración de este proyecto hace que este se visualice y se sienta (para los autores y vecinos del sector) como un momento de reparación histórica.