“PERDON, MAESTRO DOCTORâ€
Abrió sus ojos al mundo en la ciudad de La Plata y fue uno más, como tántos, en la niñez y la infancia. No fue un alumno virtuoso, pero se graduó en honor en la escuela de la vida don de la calle es el aula. En la herrerÃa de sus sueños la facultad fue la fragua donde forjó la herramienta para una lucha sin pausas. Una vez que consiguió hacer realidad su anhelo salió a recorrer caminos , sin más capital  que el alma. Su sencillez pueblerina se trasladó hasta La Pampa donde bosquejó el futuro al son de sus manos sabias. Después vendrÃa lo demás: un trabajo sin desmayos, con noches interminables y múltiples madrugadas. Muy a pesar del trajÃn que la profesión demanda, el hombre siguió creciendo con la vocación intacta porque aquello que eligió por convencimiento propio fue acercándole los nervios y a controlarle las ansias. Su desmedida pasión le hizo escalar la montaña de su fervor infinito, sin pactos y sin escalas. Desechó hasta el bienestar de suculentas ofertas porque prefirió quedarse a trabajar por su patria. Y algunos..,los que debÃan ponerle el hombro a la causa le fabricaron un hueco, y lo inundaron de trabas. Entonces, el luchador, se sintió triste y frustrado, colgándole al corazón el medallón de una bala. ¡Querido y noble doctor…! ¡ Qué ingrata en la especie humana …! Que lo empujó a ese suicidó por respetar la palabra. A usted le quiero pedir, en el nombre de la vida, ¡Perdón por no darnos cuenta de todo lo que nos daba..!